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Recuerdos y reencuentros.

viernes, 12 de agosto de 2016

LA ORDEN DE SANTIAGO Y LA FIJACIÓN DE LOS LÍMITES MERIDIONALES DE EXTREMADURA. EL CASO DE REINA. Antonio Mateos Martín de Rodrigo.


A Aurorina.

Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
Rodrigo Caro.


No es aún Extremadura, desde que dejó de ser nombrada como “Estremadura”, un concepto o una realidad geográfica ni económicamente bien definida, ni en su formación ni en su desarrollo; tampoco lo es en su génesis prosaica y, por ende, más real: el avance del Norte cristiano contra el Sur musulmán buscando aquellos pastos de invierno situados al norte de Andalucía para alimento de sus ovejas merinas.

Con su ocupación los cristianos pretendían completar el circuito de la Trashumancia, cuya actividad era la principal entre las económicas de los Reinos cristianos medievales e imprescindible para su supervivencia.

Eso sí, cabe fácil y directamente, deducir que la actual Extremadura, conformada como Comunidad Autónoma el 25 de febrero de 1983 por las Cortes Generales a través del Estatuto de Autonomía de Extremadura -de acuerdo con la Ley Orgánica 1/1983-, es un territorio delimitado definitivamente en el primer tercio del siglo XIX y, sin relación alguna con sus criterios fundacionales-.

Antes de esta concreción territorial tuvo la misma inicial pero por otra razón: la División Provincial de Javier de Burgos en el año 1833; ésta venía a sustiuir a la que fue la primera organización unitaria civil: la Provincia de “Estremadura”, aunque con diferentes límites por determinados  avatares históricos: la Guerra de las Naranjas, entre otros.

A través de la reforma liberal de 1833, la antigua Provincia de “Estremadura” fue dividida en sus dos provincias constituyentes actuales: Cáceres y Badajoz, por asentarse sobre estas ciudades las nuevas capitales.

Esta Reforma de de Burgos, realizada bajo las directrices del liberalismo decimonónico,  no sólo puso límites geográficos definitivos sino que alteró algo los anteriores en casi todos sus flancos y benefició bastante a la nueva provincia de Huelva con términos de origen santiaguista (quizás en beneficio compensatorio de la nueva provincia de Sevilla).

Sólo haré referencia a dos poblaciones cercanas que invirtieron el camino: “Frexenal” de la Sierra y Guadalcanal.

Guadalcanal hasta 1834 perteneció a la Provincia de León de la Orden Santiago de la Espada en “Estremadura”; había formado parte de la donación de Reina del año 1246 y, por tanto, del Castillo Terminado reginense; al contrario, “Frexenal”, ¡aunque religiosamente dependía del Obispado de Badajoz!, administrativamente, dependió del Concejo de la ciudad de Sevilla hasta la fecha citada de 1834.

No obstante, y, esta apreciación es de un valor historiográfico considerable, como aseguraba el frexnense Vasco Díaz Tanco en el siglo XVI, Frexenal  de la Sierra se encontraba situada en un espacio denominado “Estremadura”,  espacio que oficialmente aún no existía.

La primera vez que a la palabra “Estremadura” se le asocia el término como un conjunto de poblaciones o terrritorio se hace en el siglo XV en la “Refundación del Alconero”, atribuido a Fernán Pérez de Guzmán.

Los precedentes oficiales más inmediatos de la Provincia que será denominada “Estremadura” son dos Provincias Fiscales, creadas a principios del siglo XVI, sobre el territorio de lo que hoy es la parte gruesa de la Comunidad Autonómica de  Extremadura: las Provincia de Trujillo y de León de la Orden de Santiago.

Los territorios  aquí referidos, y que formaban parte de las más diversas jurisdicciones administrativas -de realengo, señoríos civiles y eclesiásticos o concejiles-, sin embargo, tenían algo en común: formaban parte del espacio ganadero de los antiguos Reinos de León  y de Castilla dedicado a Invernadero del Honrado Concejo de la Mesta.

Puede considerarse a Nebrija como el primero, y posiblemente el único, en expresar directamente el concepto de “ Estremadura” como “pastizal  de invierno” de ovejas trashumantes, por supuesto; en su  “Vocabulario Español Latino”, de ¿1495?, escribía:  “ Estremadura. Ouium hiberna ”.

El vocablo “estremadura” es, por tanto, para él, para mí y para la inteligencia  subyacente de algunos autores “invernadero de ovejas”.

Nebrija, durante veinte años “estremeño” en La Serena -la flor y la nata de de los “estremos”-, no da más explicaciones aunque en su Diccionario Latino-Español de 1492, define “Estremo” como “último”: “Estremus . a . um . por cosa postrera”.
N. B. Este concepto  de “estremadura” como espacio concreto ya se encontraba establecido de forma implícita en el reinado de Alfonso XI  el Justiciero; basta leer su “Libro de la Montería” y comprobar que su itinerario cinegético marca los puntos esenciales de lo que hoy es Extremadura como región.

Los “estremos” medievales eran los lugares que, en la División Romana de los espacios poblaciones -cortijos, lugares, villas o ciudades-, estaban dedicados al pasto de los ganados.


Cuando vino el reinado de Alfonso X el Sabio creó un nuevo espacio ganadero: las “defessas” o dehesas, pero, las señaló en el interior de los Egidos o Lejíos; y no para el uso del ganado lanar que sólo comenzó a pastar en los Egidos al vender ciertos Concejos sus yerbas a “ganadero trashumante”, a partir de los Reyes Católicos; transformando tierras concegiles , baldías, del común o “realengas” en “de propios”.

Ahora bien, la Ciudad de Sevilla y su Arzobispado, desde los primeros momentos de la Reconquista cristina de estos lugares hasta el siglo XVI, tuvieron varias intenciones  de integrar bajo su férula administrativa los territorios sureños de Extremadura: Azuaga, Reina, o Montemolín; posteriormente Almendralejo.

Nada más lógico; todo el Sur de Extremadura había pertenecido al Reino moro o almohade de Sevilla.

Y, éstos , a su vez, se remontaban a la visión pliniana o tartésica que aún tiene un éxito absoluto entre los historiadores andaluces; consideran ellos, en su generalidad, que el Guadiana fue el límite romano entre la Bética y la Lusitania.

En el siglo XIII, tiempo de la Reconquista de la Baja Extremadura, ya no se aplicaba cabalmente el concepto de “Reconquista” sino que las nuevas unidades administrativas civiles y religiosas se erigían sobre las demarcaciones musulmanes como bien expresan las donaciones reales y confirmaba  Fernando III el Santo: tal como recoge de Redonet el extremeño Eduardo Hernández-Pacheco, Fernando III recomendaba que la última palabra, a la hora de delimitar los términos, la tuviese el “musulmán” conocedor de ellos: “ que al deslindar un alfoz valiese lo que afirmaban moros sabidores”.

Esta división hispano-musulmana de alfoces se aplicó también a las nuevas demarcaciones cuasi estatales: los reyes cristianos castellano-leoneses comenzaron en sus diplomas a denominarse como continuadores de los Reinos Taifas: Rey de Badajoz, Rey de Granada, Rey de Toledo, Rey de Valencia, Rey de Sevilla, Rey de Córdoba, Rey de Murcia, Rey de Jaén, Rey de Algeciras, Rey de Gibraltar, Rey de los Algarves. 
Pero, los intentos del Concejo sevillano fueron vanos para recuperar los territorios perdidos, pese a contar primero con la complicidad de Fernando III el Santo, y, posteriormente, con el beneplácito estéril de Alfonso X El Sabio.
Las tierras de la Baja Extremadura se consolidaron como espacios propios y exclusivos de la Provincia de León de la Orden de Santiago de la Espada tanto civil como eclesiásticamente.

Algo más afortunado fue el Arzobispado Sevillano quien en 1274 acordó con la Orden de Santiago crear  en el Sur de Extremadura el Arcedianato de Reina, dice Alfredo Jiménez Núñez -Manuel Fernández López lo da por creación del Arzobispado de Santiago de Compostela - ; éste abarcaba los Castillos Terminados de Reina y de Montemolín.

N. B. La Provincia de Léon de la Orden de Santiago de la Espada sólo tuvo como obispos titulares  a los Pontífices Romanos por Bula del Papa Alejandro III en 1175 que declaró sus territorios como “Patrimonium Petri”.

Concretamente, en su parte meridional oriental los límites administrativos de la actual Comunidad Autónoma de Extremadura  fueron impuestos y definidos  por la Orden a través de sus Castillos Terminados de Reina y Montemolín, frente a las querencias  plinianas-tartésicas de los reyes castellano-leoneses y concejos y arzobispos sevillanos.

Y, todo, porque la Orden de Santiago, que era la institución más rica en ganados trashumantes, quería tener en su propiedad estos espacios.

Nada que ver  esta reflexión con la paupérrima visión de la generalidad de los historiadores extremeños; V.G. : Martín Martín y García Olíva propugnan, para explicar la presencia de las Órdenes Militares en Extremadura, una teoría proporcionada a la teoría de “Extremadura como Frontera”, entendida esta según la historiografía antigua: “La principal razón de la importancia del territorio recibido directamente por las órdenes militares de los monarcas reside en la voluntad de éstos de hacerlas arraigar en zonas fronterizas, que de otro modo estarían carentes de defensa” . 

Nada más falso; la Orden de Santiago planificó la adquisición de sus territorios tanto en Castilla como en el reino de León sobre los invernaderos musulmanes y sus accesos:  “La Orden de Santiago también tuvo ovejas trashumantes -nos informa Lomax-, pero estuvo en una situación excepcionalmente favorecida, pues sus previsores Maestres, sobre todo don Rodrigo Yáñez, constituyeron los señoríos jacobeos a lo largo de las cañadas principales -el camino de la Plata y los caminos de Uclés y Cuenca a Montiel y Segura-. Así, los rebaños de la Orden se trasladaron desde sus señoríos septentrionales a los que tenían en el sur pasando la mayor parte del camino por tierras santiaguistas, de modo que apenas pacieron en tierra ajena, y pagaron poco o nada de portazgo”.

N.B. Idéntica interpretación le cabe a la Provincia de León de Estremadura.
 Según el mismo Derek William Lomax, desde el principio, el ganado lanar era el más importante de sus rebaños: “Desde un punto de vista económico, los animales más valiosos de la Orden eran las ovejas”.

Un simple repaso cartográfico a la Extremadura medieval sitúa a las Órdenes Militares asentadas sobre los ricos territorios de pasto y/ o sus accesos y no sobre la cercana frontera del reino de Portugal ni la lejana del reino de Granada.

La Orden de Santiago establece su Señorío territorial, constituyendo el único caso de territorio continuo en el Reino de León, a lo largo de la “Vía de la Plata” a través de las concesiones  o donadíos reales de Montánchez, Mérida, Alange, Hornachos, Reina y Montemolín, es decir, sus territorios flanqueaban la Vía de la Plata en toda la actual provincia de Badajoz y parte sur de la de Cáceres.

Si las otras órdenes no pudieron planificar con tanta eficacia la localización de sus zonas de pasto sí es cierto que recibieron importantes zonas pastoriles en la zona “estremeña” : “Efectivamente -dice Pastor- las órdenes, sobre todo las de Santiago y Calatrava , en primer lugar y las de Alcántara y el Temple en segundo, recibieron de manos de los reyes importantes extensiones del sur de Castilla la Nueva, en la cuenca del Guadiana y en Andalucía.  En estos territorios quedaban comprendidas ímportantísimas zonas de pastoreo” . O bien “También la orden (del Templo) se expansionó al suroeste de la actual provincia de Badajoz -escribe del Pino García - ... La riqueza ganadera de estos lugares, puesta de manifiesto por diversos autores, debió de reportar a la orden de el Templo substanciosos beneficios, que luego pasaron a la de Alcántara” .



Para ello, la Orden de Santiago de la Espada hubo de superar, insisto, las reticencias o escollos de Fernando III El Santo, antes de entregarles el Castillo Terminado de Reina : “Que la donación se hacía en tal guisa, que si hiciera treguas con Sevilla, antes de ganar a Reyna, el señor Don Fernando el Santo, o antes, que la orden lo ganase, que entrasse en la tregua el dicho castillo”. 
Pero, la Orden no esperó a la tregua con Sevilla, año de 1248,  y la Alcazaba de Reina fue vencida, en 1246.

Y, en consecuencia, vino Reina a propiedad de la Orden de Santiago de la Espada para limitar la naciente Estremadura, la “Ouium hiberna ”,  en su lindera sur.

En la ciudad de Mérida, a 30 de junio de 2016.

Publicado en "Reina. Fiestas en honor de Ntra. Sra. de las Nieves", nº 18, Agosto de 2016.



viernes, 1 de julio de 2016

LA REVOLUCIÓN FERROVIARIA EN LLERENA, LOS CARRILES SIN BARRERAS DE PASO AL FUTURO. Antonio Mateos Martín de Rodrigo.

 Homenaje a los ferroviarios llerenenses; especialmente a Sinforoso Carvajal Chávez y a Clemente Mateos Molina, calamonteños en Llerena.


En algunas ocasiones las vías del tren se unían antes del horizonte y en tal lugar el humo del vapor se condensaba en numerosas e industriosas gentes; tener un tren a las puertas de tu pueblo o de tu ciudad en el siglo XIX era una visita conjunta e inesperada de los más generosos Reyes Magos y de los Magos más Prestidigitadores.


De la chistera o de la giba o chimenea de la Máquina podía salir casi de todo; de los vagones de mercancías y pasajeros, aún muchísimo más.


Las poblaciones antiguas, amodorradas por el largo y ancho peso de los siglos pasados, se desesperezaban al sonido del bendito silbato de las máquinas tractoras como si la carga de carbón del ténder les encendiese el espíritu emprendedor y moderno.

Los pueblos y las ciudades, con sus apocadas industrias, crecían en las tres dimensiones; más hacia y, luego, desde la Estación del Ferrocarril, una nueva dimensión creadora en el Tiempo y en el Espacio.


Ferroviarios en el paso de Córdoba, Sinforoso Carvajal, primero a la dcha.
Y venían gentes virtuales para concretarse en la realidad, acaso del futuro o de donde nunca jamás; aderezadas venían de sagrada y productiva carbonilla, de casi todas las partes inimaginables sin ser de La Rioja o del Norte leonés como trashumantes de ovejas merinas con Ntra. Sra. Valvanera a cuesta ; o del pueblo de al lado para casar, sin embargo, primos hermanos o segundos tal como sucedía desde treinta generaciones antes.

Y, sin embargo, habíalas, gentes muy bien pronunciadas; otras traían berengenas manchegas en vinagre; y, hasta subían de la misma Sevilla cuesta arriba con su gracejo y alegría -mi tía Pepa, Josefa Cano Arenas, entre ellas-.

Porque el ferrocarril de Mérida a Tocina, ya propiedad del M.Z.A., hacía transbordos de sus gentes desde la ceca a la meca y entremedias, que se extendía por media España, de Madrid  a Zaragoza y Alicante hasta Gibraltar y por sus dos costados en las que había absorbido líneas como la nuestra de los "Ferrocarriles Extremeños". 


Todas estas mejores gentes se hacían gentes reales tomando una ciudad medieval con oficios, también aquí, increíbles, inimaginables: jefe de estación o jefe de tren, conductor, sobrestante, maquinista y fogonero, factor de circulación y factor sencillo, guardagujas, ordenanza, mozo de tren más guardafreno (para bajar a Sevilla y ahorrar en salarios), lampista y del recorrido, etc.

El ferrocarril era como entrar en el futuro de un vistazo apresurado, que hasta hablaban desde muy lejos, antes de hablar con la voz, por un cable en donde escribían las palabras y las frases con puntos y rayas (“Morse” creo que se llamaba ese lenguaje de unos hilos, pomposamente llamado Telégrafo).

N.B. ¿Cuándo se notificarán los palabros que el ferrocarril introdujo en nuestras vidas?: Garita, catenaria, paso a nivel, y ecéteras miles.

Al arrimo de los raíles crecían nuevos oficios sin necesidad de Universidad ni de Formación Profesional; crecían casas, crecían industrias, crecían comercios; y los bancos engrosaban sus abultadas cuentas de resultados.

Era el rostro amable del pernicioso Liberalismo; su niña bonita, la industria ¡hasta romántica!

Llerena crecía, crecía y crecía… 

Los peces aún llegaban en mis tiempos, de la tarde onubense a la temprana mañana en cajas que apestaban según mi sensibilidad olfativa; llegaban las cajas con pescado refrigerado en escamas o trozos de hielo ajuntados a verdes helechos -siempre venían y llegaban con prisas y prisas muy madrugadoras; la Plaza de Abastos los esperaba-.

Como Llerena era Estación de las principales en las que se les daba vuelta a las máquinas, tuvo Ingeniero Jefe, inglés, y con religión nueva, anglicana - él inauguró, al morir, el espacio civil del Cementerio de San Marcos-; se llamaba William Finch y educó en Llerena a su hija, Ana, una novelista de éxito; y reconocida en Mérida como su primera feminista.




También había Sobrestante; que en mis tiempos tenía chalet ajardinado y en el jardín un tilo…

Luego, las vías tendrían servicio de “Puerta a Puerta” para revitalizar la jesuítica y mercedaria Plazuela de los Ajos.

Frente al chalet del Sobrestante, en “vía muerta”, estacionaba el verde vagón del Economato procedente de Huelva a cargo de un ferroviario que se me antojaba muy mayor, de pelo cano y extraña bata gris de comerciante como la de El Caja -lo mejor que traía, pero sólo a medias por causa de la obligada yema de huevo, era el Vino Quina Santa Catalina...-; o se situaba el ultramoderno vagón médico en el que un ídem especialista, auxiliado por su correspondiente -joven y bella enfermera´-, te pasaba el martillo por las rodillas -en estos casos siempre me sentí obligado a lanzar la pierna suavemente hacia adelante-; éste, con el fonendo, medía tu resistencia al frío en pecho y espaldas. 



Lo mejor, es que no te extraía la mareante sangre con espada legal de matar a niños muy sensibles…

Es decir, con aquellas vías siempre venía el Progreso, situado su parque en Llerena a la izquierda, tal como subías desde la Estación - ¿el Parque era su metáfora?-.

En realidad, los ferroviarios eran gentes reales que comenzaban a dar forma a una nueva realidad -casi irreal, casi ficticia, casi mentira o engaño, casi imposible, pura Utopía- al disiparse aquella nube negra de negra carbonilla -la de la calefacción era blanca, limpia y ascendente-.

Y los ferroviarios se integraban en las casas antes vacías, en ocasiones repartiéndose los altos y los bajos, y se integraban en las calles, y desparramados como granos de trigo fecundos, por toda la población; eran vecinos bienvenidos y bienhallados.


Ganaréis el pan, se les dijo a los ferroviarios, con el sudor no ya de tu guadaña ni de tu cayado…

Aquellas gentes saltaban y hacían saltar del Neolítico al Ferrocarril, de la piedra alisada al hierro más fecundo; desde entonces, el futuro sólo duró un día; al día siguiente se hacía Presente; lo trajeron el silbido del tren y el humo de las máquinas.


Sinforoso Carvaajal, primero a la izquierda delante del Guardia Civil.
El jefe ya no era amo desabrido y el trabajador ya no miraba su mano, no siempre generosa, sino las órdenes del silbato y del banderín -eran rojos, verdes y amarillos, los primeros semáforos-; 

Y para evitar los desmadres todos conocían y aplicaban el Reglamento.

De noche sobresalía, el farol, una luciérnaga artificial muy laboriosa.

Y las horas de trabajo ya no serían eternas y se pagarían hasta todas las perras gordas y chicas, y habría economato, y habría pensión de jubilación, y médico propio y distintivo, llamado Don Tomás Gómez -en mi tiempo y para mis males con Pizarro de practicante-; y había Farmaceútica y Médica -para operaciones- y madre Conce, mi abuela, encontraría su primer trabajo como guardabarrera -uno der los primeros oficios modernos de la mujer española-.


El frío, el calor y la lluvia tampoco le robaría el pan a los hijos de los ferroviarios.

Y los hijos de los ferroviarios estrenaríamos en Llerena las litronas de Fanta, tanto de Naranja como de Limón, procedentes de Sevilla; y, cómo no, las novedosas mercancías de Galerías Preciados de Sevilla, algunas de las cuales conservo en mi Museo personal y las tortas "Inés Rosales" -nuestros padres ferroviarios eran nuestro propios "cosarios"-.

Algún ferroviario, destinado en Jerez, hasta puso un pequeño comercio de aquellos sorprendentes multibolígrafos de infinitos colores.

Y vinieron los orfanatos para que los huérfanos o sus viudas no bajasen al nivel de la pobreza o la miseria.




No ganaban los ferroviarios mucho; pero cobraban a final de mes -algunos, los de Movimiento, “ganaban hasta menos”: perdían el importe de una propina a determinado compañero de la estación; y, et voilá, una nueva nominilla rebajada con destino a la señora esposa a la que “se engañaba” con algún duro.

Con las vías llegaron los masones y los republicanos y los sindicalistas y los nuevos intelectuales.

En Llerena, parece ser, que se formó como masón Eugenio Macías Rodríguez, calamonteño y empresario emeritense, primer Presidente del Liceo de Mérida, editor del periódico emeritense "La República" y concejal republicano en tiempos de Alfonso XIII en la actual capital extremeña.

Sin duda, fueron los ferroviarios los primeros trabajadores que tuvieron tiempo para leer; y no sólo leían novelas, también leían políticas y sindicales.

En Mérida, llegó y se desarrolló con los ferroviarios el Cine; ¿ sucedería lo mismo en Llerena?

Es decir, con el Ferrocarril llegó la Modernidad; también el cuestionamiento de sus excesos liberales; por tal muchos Factores de Circulación pusieron en circulación trenes republicanos en los ayuntamientos extremeños por donde había carriles.

Hasta llegó lo del manido “manda dinero para Llerena que la cosa está buena”, porque en donde hay dinero, se consumen todas las alegrías y placeres existentes...



Entonces, sólo a algún jilipi se le ocurriría cantar aquella estupidez  de “no te cases con un ferrocarrilero” -que ya de por sí es de jilipollas empedernido e intrínseco, la fea traducción de la hermosa palabra “ferroviario”-.

En Llerena, al contrario, la soltera, con buen tino y mejor gusto, suspiraba por un amor de entre vías estacionado en su andén…:

♫ “La bata porque sí,
la bata porque no;
la bata me la pongo yo
para ver si encuentro un novio
maquinista o factor”.

Que ya podía llover a chuzos, como aquella noche que, en pleno campo más allá del cementerio, en vez de aparecerse la Virgen María, se apareció la más grande tormenta que hubo en muchos siglos en la Campiña -fue el final de aquella vidente que pudo acabar en el regato-; que ya podía llover a chuzos, de día o de noche, que el agua no empapaba los raíles.


De izquierda a derecha: famillia de ferroviarios, Carvajal y Mateos, de Calamonte en Llerena-
Mi abuelo Gregorio Martín de Rodrigo Sánchez transmutó las raídas estepas siberianas por el silbido de las máquinas -ya no contaría ovejas para dormir; el traqueteo del tren sería su nueva música celestial-. Su suegro “lo enchufó” en la Modernidad, que lo del ferrocarril se transmitía “de padres a hijos del cuerpo -también a los hijos políticos-”.

Pero él no vino del M.Z.A. de Calamonte a Llerena; fue su yerno junto con su hija quien trajo a Llerena del M.Z.A. desde Calamonte nuestros genes siberianos y calamonteños/zarceños a Llerena - aunque ya eran tiempos de R.E.N.F.E-.

Un buen día, el calurosísimo 29 de agosto de 1955, acunado por el canto de las chicharras, nací yo en la Calle de la Cruz, entonces, número diez.

A esa hora entraba un tren en Llerena; el silbido de si máquina me daba la bienvenida.


Y, decían los ferroviarios, de guasa y cachondeo, que la Compañía del M.Z.A. que gobernó con propiedad la Línea de Mérida a Tocina/Los Rosales hasta 1940, significaba “Mantenemos Zánganos y Alcagüetes” y que R.E.N.F.E, venía a ser “Robamos, Estafamos, Nosotros los Ferroviarios Españoles” o, más propiamente: “Renegados Estamos Nosotros los Ferroviarios Españoles”.

¿Por qué se vino mi padre a Llerena?

Humildemente, yo creo que en las ciudades importantes con estaciones importantes desde hacía algún tiempo no se presentaban al trabajo muchos antiguos y buenos compañeros, según su testimonio -y mi padre era un hombre de bien y de recto entender y juicio justo y sosegado-.



Por cierto, antes de ser entretenedor de niños y sufridor de sus malasuvas y malasleches en Llerena, “El Requeté” también fue ferroviario del M.Z.A. 

Pero, a mi padre, como a aquellos compañeros del 36, también alguna fatua fatal proclamada por el destino en un momento de desatino le espetó:

“y ganarás el pan con el sudor de tu rostro;
y con las lágrimas más amargas de tu alma
y con la sangre más dolorosa de tu corazón
regarás el trigo de tu pan y del de los tuyos…”

El tren, en algunas de las ocasiones, vuelve sus railes contra los mejores de los suyos; también su negra carbonilla a modo de luto para el cuerpo y el alma.

Sin embargo, el tren es Vida.

En Llerena fue sangre de vida y de sueños hasta los finales años sesenta; entonces, parece ser, que el futuro dio una vuelta hacia el pasado y los ferroviarios llerenenses fueron desparramados dolorosamente por lugares extraños y lejanos: el terrible País de Irás y No Volverás.

En la ciudad de Mérida, 29 de junio de 2016.







lunes, 4 de enero de 2016

EL AÑO JUBILAR DEL TEMPLO DE NTRA. SRA. DE LA GRANADA. 1ª PARTE.


INTRODUCCIÓN.
Para 2016  S. S. el Papa Franscisco ha concedido un Año Jubilar Mariano a la hoy Iglesia Parroquial y antes Iglesia Catedral/Prioral  de Ntra. Sra. de la Granada; como quiera que me encuentre realizando un trabajo para la conmemoración del “Anno Giubilare Eulaliano” dedidicado a Santa Eulalia de Mérida y concedido a  su templo en la población italiana de Sant´Eulalia di Borso del Grappa en la Diócesis de Padua, quiero compartir con mis paisanos llerenenses algunas notas definitorias de qué es un  “Año Jubilar” particular, específico o extraordinario como es también el del Templo de Ntra. Sra. de la Granada.

ANTECEDENTES HEBREOS DE LOS AÑOS JUBILARES CRISTIANOS.
LA SEMANA DE SIETE DÍAS.
El número 7 dentro la Teología hebraica es uno de los de mayor uso, importancia y trascendencia para determinar sus Ritos Litúrgicos; lógicamente, también para los cristianos; Yavé creó el mundo en seis dias y al séptimo día descansó según el Génesis, 1, 1- 31. En memoria de esta creencia se estableció entre ellos la Semana Vital o Laboral que ha tenido su continuidad entre los cristianos que cambiaron el sábado por el domingo al tener este por el día de la Resurrección de Cristo (Mateo 28).









EL AÑO SABÁTICO.



A una escala de tiempo un poco mayor había entre los hebreos otra Semana o Ciclo sabático intermedio, también de proclamación divina, cada siete años, pero que no tenía más finalidad que la de ser un año sabático para la actividad agrícola (por razones obvias este año sabático no podía incluir al ganado y a sus pastores). [i]





EL AÑO JUBILAR HEBREO.


El tercer Ciclo Sabático, basado en el número 7, era el Año Jubilar propiamente dicho, y es en el que se inspiran directamente nuestros años jubilares ya que su fin es el del Perdón, en nuestro caso, de las deudas para con Dios o  los Pecados personales.
Así, el Año Jubilar, tanto católico como ortodoxo,  tiene su origen en una de las celebraciones litúrgicas principales del pueblo hebreo bíblico que se celebraba cada ciclo finalizado de 49 años (Le. 25, 8):
Lev. 8.Contarás siete semanas de años, siete veces siete años; de modo que el tiempo de las siete semanas de años vendrá a sumar cuarenta y nueve años.

Sería establecido por Yavé en el Monte Sinaí antes de la ocupación de la Tierra Prometida (Lev. 25, 2); con plena seguridad, al parecer, se celebró hasta inmediatamente antes del Cautiverio de Babilonia.
Su denominación de “Jubileo” procede del vocablo “yobel” que significa  “carnero” ya que se anunciaba a través de los sonidos del cuerno de este animal.
Lev. 9. Entonces en el mes séptimo, el diez del mes, harás resonar clamor de trompetas; en el día de la Expiación haréis resonar el cuerno por toda vuestra tierra.

Pero en el Cristianismo, al hacerse la traducción al latín, San Jerónimo introdujo la consecuente noción de “júbilo” por homofonía entre la palabra semita y su correspondiente latina: “iubilum”, grito de alegría de los pastores; no obstante la noción de tiempo de remisión no ha perdido su valor ya que es su función fundamental al tiempo que proporcionar la alegría por el perdón y la reconciliación .
Este año Cincuenta o Año Santo o Jubilar era una Fiesta  de suma importancia y gran trascendencia social según el Levítico; era la Gran Semana de la Semana judía, de forma que era la semana normal elevada al cuadrado (7x7 días), es decir, un Ciclo Sagrado de mayor consideración que el Ciclo de la Semana de Siete Días, inspirada en el Ciclo de la Creación según el Génesis; de aquí que el año 50 pasaba a ser como el sábado de la semana normal, es decir, un año de descanso o “sabático” para las labores agrícolas.
Pero dada su excepcionalidad la dejación del trabajo agrícola se acompañaba de otras acciones muchos más trascendentes socialmente como la puesta de los siervos (esclavos) israelistas en libertad o la restitución de las posesiones que se habían comprado.
En realidad no habría que forzar la interpretación para comprender que lo que se pretendía era representar el estado de inocencia del Paraíso según los hebreos o de la Edad de Oro según los idólatras, los cuales han sido un poco más explícitos y referían la existencia exclusiva de la propiedad comunal, de la ausencia de actividad agrícola o de que la tierra proporcionaba suficientes alimentos,  etc.:
La gran hilera de los siglos empieza de nuevo. Ya vuelve también la virgen, el reino de Saturno vuelve. Ya se nos envía una nueva raza del alto cielo...  El suelo no sufrirá a los rastrillos, ni las viñas a las hoces; el forzudo labrador desuncirá entonces también los toros del yugo...”
Virgilio. Bucólicas.

Antes vivían sobre la tierra las tribus de los hombres sin males, y sin arduo trabajo y sin dolorosas enfermedades que dieran destrucción a los hombres...”
HESÍODO. Trabajos y Días.

Esta consideración de la propiedad a tiempo parcial, a ojos de hoy día, especialmente tras la imposición del concepto de la propiedad liberal-burgués a partir de la Revolución Francesa, sería algo desconcertante y poco comprensible; pero es que, entonces, la propiedad sólo lo era por tiempo definido y en préstamo ya que ésta, en los términos absolutos actuales, sólo le pertenecía a Yavé quien se proclamaba el verdadero propietario de la tierra y de su contenido, declarando, por ende, a los hombres, a todos los hombres de nación israelita -sin embargo-,  como sus temporales usufructuarios.[ii]
Ahora bien El Año Cincuenta o del Jubileo era un tiempo Santo que no sólo afectaba a la recuperación de la propiedad agraria; también a la libertad de los siervos de origen israelita, tal como ya hemos enunciado:
Lev. 10. Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia.
Es decir el Año del Jubileo tenía como fin la recuperación de la condición de hombre libre para quien había caído en alguna deuda.
Próximamente  veremos su correlato con el Jubileo Católico que se le ha concedido por S.S. el Papa Francisco a quienes visiten el templo o iglesia de Ntra. Sra. de la Granada en este Año Santo o Jubilar Mariano.







[i] Lev. 25, 3.Seis años sembrarás tu campo, seis años podarás tu viña y cosecharás sus productos;
4. pero el séptimo año será de completo descanso para la tierra, un sábado en honor de Yahveh: no sembrarás tu campo, ni podarás tu viña.
6. Aun en descanso, la tierra os alimentará a ti, a tu siervo, a tu sierva, a tu jornalero, a tu huésped. que residen junto a ti.
7.También a tus ganados y a los animales de tu tierra servirán de alimento todos sus productos.

[ii] Lev. 23. La tierra no puede venderse para siempre, porque la tierra es mía, ya que vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes.
24. En todo terreno de vuestra propiedad concederéis derecho a rescatar la tierra.
25.Si se empobrece tu hermano y vende algo de su propiedad, su goel más cercano vendrá y rescatará lo vendido por su hermano.
26. Si alguno no tiene goel, adquiera por sí mismo recursos suficientes para su rescate;
27. calcule los años pasados desde la venta y devuelva al comprador la cantidad del tiempo que falta; así volverá a su propiedad.
28. Pero si no halla lo suficiente para recuperarla, lo vendido quedará en poder del comprador hasta el año jubilar, y en el jubileo quedará libre; y el vendedor volverá a su posesión.