En algunas ocasiones las vías del tren se unían antes del
horizonte y en tal lugar el humo del vapor se condensaba en numerosas e
industriosas gentes; tener un tren a las puertas de tu pueblo o de tu ciudad en
el siglo XIX era una visita conjunta e inesperada de los más generosos Reyes Magos
y de los Magos más Prestidigitadores.
De la chistera o de la giba o chimenea de la Máquina podía salir casi de todo; de los vagones de mercancías y pasajeros, aún muchísimo más.
Las poblaciones antiguas, amodorradas por el largo y ancho
peso de los siglos pasados, se desesperezaban al sonido del bendito silbato de
las máquinas tractoras como si la carga de carbón del ténder les encendiese el espíritu
emprendedor y moderno.
Los pueblos y las ciudades, con sus apocadas industrias,
crecían en las tres dimensiones; más hacia y, luego, desde la Estación del
Ferrocarril, una nueva dimensión creadora en el Tiempo y en el Espacio.
Ferroviarios en el paso de Córdoba, Sinforoso Carvajal, primero a la dcha. |
Y venían gentes virtuales para concretarse en la realidad,
acaso del futuro o de donde nunca jamás; aderezadas venían de sagrada y
productiva carbonilla, de casi todas las partes inimaginables sin ser de La
Rioja o del Norte leonés como trashumantes de ovejas merinas con Ntra. Sra.
Valvanera a cuesta ; o del pueblo de al lado para casar, sin embargo, primos
hermanos o segundos tal como sucedía desde treinta generaciones antes.
Y, sin embargo, habíalas, gentes muy bien pronunciadas; otras traían berengenas manchegas en vinagre; y, hasta subían de la misma Sevilla cuesta arriba con su gracejo y alegría -mi tía Pepa, Josefa Cano Arenas, entre ellas-.
Y, sin embargo, habíalas, gentes muy bien pronunciadas; otras traían berengenas manchegas en vinagre; y, hasta subían de la misma Sevilla cuesta arriba con su gracejo y alegría -mi tía Pepa, Josefa Cano Arenas, entre ellas-.
Porque el ferrocarril de Mérida a Tocina, ya propiedad del
M.Z.A., hacía transbordos de sus gentes desde la ceca a la meca y entremedias,
que se extendía por media España, de Madrid a Zaragoza y Alicante hasta Gibraltar y por sus dos costados en las que había absorbido líneas como la nuestra de los "Ferrocarriles Extremeños".
Todas estas mejores gentes se hacían gentes reales
tomando una ciudad medieval con oficios, también aquí, increíbles, inimaginables:
jefe de estación o jefe de tren, conductor, sobrestante, maquinista y fogonero, factor de
circulación y factor sencillo, guardagujas, ordenanza, mozo de tren más
guardafreno (para bajar a Sevilla y ahorrar en salarios), lampista y del
recorrido, etc.
El ferrocarril era como entrar en el futuro de un vistazo
apresurado, que hasta hablaban desde muy lejos, antes de hablar con la voz, por un cable en donde escribían las palabras
y las frases con puntos y rayas (“Morse” creo que se llamaba ese lenguaje de
unos hilos, pomposamente llamado Telégrafo).
N.B. ¿Cuándo se notificarán los palabros que el ferrocarril
introdujo en nuestras vidas?: Garita, catenaria, paso a nivel, y ecéteras miles.
Al arrimo de los raíles crecían nuevos oficios sin necesidad
de Universidad ni de Formación Profesional; crecían casas, crecían industrias,
crecían comercios; y los bancos engrosaban sus abultadas cuentas de resultados.
Era el rostro amable del pernicioso Liberalismo; su niña
bonita, la industria ¡hasta romántica!
Llerena crecía, crecía y crecía…
Los peces aún llegaban en mis tiempos, de la tarde
onubense a la temprana mañana en cajas que apestaban según mi sensibilidad
olfativa; llegaban las cajas con pescado refrigerado en escamas o trozos de hielo ajuntados a verdes helechos -siempre venían y llegaban con prisas y prisas muy
madrugadoras; la Plaza de Abastos los esperaba-.
Como Llerena era Estación de las principales en las que se les daba vuelta a las máquinas, tuvo
Ingeniero Jefe, inglés, y con religión nueva, anglicana - él inauguró, al morir, el espacio civil del Cementerio de San Marcos-; se llamaba William Finch y
educó en Llerena a su hija, Ana, una novelista de éxito; y reconocida en Mérida
como su primera feminista.
También había Sobrestante; que en mis tiempos tenía chalet ajardinado y en el jardín un tilo…
Luego, las vías tendrían servicio de “Puerta a Puerta”
para revitalizar la jesuítica y mercedaria Plazuela de los Ajos.
Frente al chalet del Sobrestante, en “vía muerta”,
estacionaba el verde vagón del Economato procedente de Huelva a cargo de un
ferroviario que se me antojaba muy mayor, de pelo cano y extraña bata gris de
comerciante como la de El Caja -lo mejor que traía, pero sólo a medias por
causa de la obligada yema de huevo, era el Vino Quina Santa Catalina...-; o se situaba el
ultramoderno vagón médico en el que un ídem especialista, auxiliado por su
correspondiente -joven y bella enfermera´-, te pasaba el martillo por las
rodillas -en estos casos siempre me sentí obligado a lanzar la pierna
suavemente hacia adelante-; éste, con el fonendo, medía
tu resistencia al frío en pecho y espaldas.
Lo mejor, es que no te extraía la mareante sangre con espada
legal de matar a niños muy sensibles…
Es decir, con aquellas vías siempre venía el Progreso,
situado su parque en Llerena a la izquierda, tal como subías desde la Estación
- ¿el Parque era su metáfora?-.
En realidad, los ferroviarios eran gentes reales que comenzaban a dar forma a
una nueva realidad -casi irreal, casi ficticia, casi mentira o engaño, casi
imposible, pura Utopía- al disiparse aquella nube negra de negra carbonilla -la
de la calefacción era blanca, limpia y ascendente-.
Y los ferroviarios se integraban en las casas antes vacías,
en ocasiones repartiéndose los altos y los bajos, y se integraban en las
calles, y desparramados como granos de trigo fecundos, por toda la población;
eran vecinos bienvenidos y bienhallados.
Ganaréis el pan, se les dijo a los ferroviarios, con el
sudor no ya de tu guadaña ni de tu cayado…
Aquellas gentes saltaban y hacían saltar del Neolítico al
Ferrocarril, de la piedra alisada al hierro más fecundo; desde entonces, el
futuro sólo duró un día; al día siguiente se hacía Presente; lo trajeron el
silbido del tren y el humo de las máquinas.
El jefe ya no era amo desabrido y el trabajador ya no miraba
su mano, no siempre generosa, sino las órdenes del silbato y del banderín -eran
rojos, verdes y amarillos, los primeros semáforos-;
Y para evitar los desmadres todos conocían y aplicaban el Reglamento.
De noche sobresalía, el farol, una luciérnaga artificial muy laboriosa.
Y las horas de trabajo ya no serían eternas y se pagarían hasta todas las perras gordas y chicas, y habría economato, y habría pensión de jubilación, y médico propio y distintivo, llamado Don Tomás Gómez -en mi tiempo y para mis males con Pizarro de practicante-; y había Farmaceútica y Médica -para operaciones- y madre Conce, mi abuela, encontraría su primer trabajo como guardabarrera -uno der los primeros oficios modernos de la mujer española-.
Sinforoso Carvaajal, primero a la izquierda delante del Guardia Civil. |
Y para evitar los desmadres todos conocían y aplicaban el Reglamento.
De noche sobresalía, el farol, una luciérnaga artificial muy laboriosa.
Y las horas de trabajo ya no serían eternas y se pagarían hasta todas las perras gordas y chicas, y habría economato, y habría pensión de jubilación, y médico propio y distintivo, llamado Don Tomás Gómez -en mi tiempo y para mis males con Pizarro de practicante-; y había Farmaceútica y Médica -para operaciones- y madre Conce, mi abuela, encontraría su primer trabajo como guardabarrera -uno der los primeros oficios modernos de la mujer española-.
El frío, el calor y la lluvia tampoco le robaría el pan a
los hijos de los ferroviarios.
Y los hijos de los ferroviarios estrenaríamos en Llerena las
litronas de Fanta, tanto de Naranja como de Limón, procedentes de Sevilla; y, cómo no, las novedosas mercancías de Galerías
Preciados de Sevilla, algunas de las cuales conservo en mi Museo personal y las tortas "Inés Rosales" -nuestros padres ferroviarios eran nuestro propios "cosarios"-.
Algún ferroviario, destinado en Jerez, hasta puso un pequeño
comercio de aquellos sorprendentes multibolígrafos de infinitos colores.
Y vinieron los orfanatos para que los huérfanos o sus viudas
no bajasen al nivel de la pobreza o la miseria.
No ganaban los ferroviarios mucho; pero cobraban a final de
mes -algunos, los de Movimiento, “ganaban hasta menos”: perdían el importe de una propina a
determinado compañero de la estación; y, et voilá, una nueva nominilla rebajada
con destino a la señora esposa a la que “se engañaba” con algún duro.
Con las vías llegaron los masones y los republicanos y los
sindicalistas y los nuevos intelectuales.
En Llerena, parece ser, que se formó como masón Eugenio Macías Rodríguez, calamonteño y empresario emeritense, primer Presidente del Liceo de Mérida, editor del periódico emeritense "La República" y concejal republicano en tiempos de Alfonso XIII en la actual capital extremeña.
En Llerena, parece ser, que se formó como masón Eugenio Macías Rodríguez, calamonteño y empresario emeritense, primer Presidente del Liceo de Mérida, editor del periódico emeritense "La República" y concejal republicano en tiempos de Alfonso XIII en la actual capital extremeña.
Sin duda, fueron los ferroviarios los primeros trabajadores
que tuvieron tiempo para leer; y no sólo leían novelas, también leían políticas
y sindicales.
En Mérida, llegó y se desarrolló con los ferroviarios el Cine; ¿
sucedería lo mismo en Llerena?
Es decir, con el Ferrocarril llegó la Modernidad; también el
cuestionamiento de sus excesos liberales; por tal muchos Factores de
Circulación pusieron en circulación trenes republicanos en los ayuntamientos
extremeños por donde había carriles.
Hasta llegó lo del manido “manda dinero para Llerena que
la cosa está buena”, porque en donde hay dinero, se consumen todas las alegrías
y placeres existentes...
Entonces, sólo a algún jilipi se le ocurriría cantar aquella
estupidez de “no te cases con un
ferrocarrilero” -que ya de por sí es de jilipollas empedernido e intrínseco, la
fea traducción de la hermosa palabra “ferroviario”-.
En Llerena, al contrario, la soltera, con buen tino y mejor
gusto, suspiraba por un amor de entre vías estacionado en su andén…:
♫
“La bata porque sí,
la bata porque no;
la bata me la pongo yo
para ver si encuentro un novio
maquinista o factor”.
Que ya podía llover a chuzos, como aquella noche que, en
pleno campo más allá del cementerio, en vez de aparecerse la Virgen María, se
apareció la más grande tormenta que hubo en muchos siglos en la Campiña -fue el
final de aquella vidente que pudo acabar en el regato-; que ya podía llover a
chuzos, de día o de noche, que el agua no empapaba los raíles.
De izquierda a derecha: famillia de ferroviarios, Carvajal y Mateos, de Calamonte en Llerena- |
Mi abuelo Gregorio Martín de Rodrigo Sánchez transmutó las
raídas estepas siberianas por el silbido de las máquinas -ya no contaría ovejas para
dormir; el traqueteo del tren sería su nueva música celestial-. Su suegro “lo
enchufó” en la Modernidad, que lo del ferrocarril se transmitía “de padres a
hijos del cuerpo -también a los hijos políticos-”.
Pero él no vino del M.Z.A. de Calamonte a Llerena; fue su
yerno junto con su hija quien trajo a Llerena del M.Z.A. desde Calamonte
nuestros genes siberianos y calamonteños/zarceños a Llerena - aunque ya eran
tiempos de R.E.N.F.E-.
Un buen día, el calurosísimo 29 de agosto de 1955, acunado por el canto de las chicharras, nací yo en la Calle de la Cruz, entonces, número diez.
A esa hora entraba un tren en Llerena; el silbido de si máquina me daba la bienvenida.
A esa hora entraba un tren en Llerena; el silbido de si máquina me daba la bienvenida.
Y, decían los ferroviarios, de guasa y cachondeo, que la
Compañía del M.Z.A. que gobernó con propiedad la Línea de Mérida a Tocina/Los Rosales hasta
1940, significaba “Mantenemos Zánganos y Alcagüetes” y que R.E.N.F.E, venía a
ser “Robamos, Estafamos, Nosotros los Ferroviarios Españoles” o, más
propiamente: “Renegados Estamos Nosotros los Ferroviarios Españoles”.
¿Por qué se vino mi padre a Llerena?
Humildemente, yo creo que en las ciudades importantes con
estaciones importantes desde hacía algún tiempo no se presentaban al trabajo muchos
antiguos y buenos compañeros, según su testimonio -y mi padre era un hombre de
bien y de recto entender y juicio justo y sosegado-.
Por cierto, antes de ser entretenedor de niños y sufridor de
sus malasuvas y malasleches en Llerena, “El Requeté” también fue ferroviario
del M.Z.A.
Pero, a mi padre, como a aquellos compañeros del 36, también
alguna fatua fatal proclamada por el destino en un momento de desatino le
espetó:
“y ganarás el pan con el sudor de tu rostro;
y con las lágrimas más amargas de tu alma
y con la sangre más dolorosa de tu corazón
regarás el trigo de tu pan y del de los tuyos…”
El tren, en algunas de las ocasiones, vuelve sus railes
contra los mejores de los suyos; también su negra carbonilla a modo de luto
para el cuerpo y el alma.
Sin embargo, el tren es Vida.
En Llerena fue sangre de vida y de sueños hasta los finales años
sesenta; entonces, parece ser, que el
futuro dio una vuelta hacia el pasado y los ferroviarios llerenenses fueron desparramados dolorosamente por lugares extraños y lejanos: el terrible País de Irás y No Volverás.
En la ciudad de Mérida, 29 de junio de 2016.